En tu cuerpo vino la noche,
la campana de tu boca anunció tu entrega.
Tu inocente misterio se abrió como un rio,
fui lentamente bebiéndote
como se bebe la primavera.
Ah, con la arena de tu cuerpo mi mar
hizo desorden, juntos trenzaron su siglo de memoria.
Amémonos como nunca, antes que la vida
sea una niebla.
Amémonos con alma dolorosa y cuerpo
de hoguera.
Amémonos ante la luna y los astros,
caballos estelares, que el súbito universo
conozca nuestra dicha.
Sobre ese instante el tiempo fue de escombros,
nuestras vidas fueron dos ramas enlazadas.
Tu mano halló su estrella, mi boca obtuvo
su fruta, la miel del hambre bajo por nuestros
cuerpos.
¡Clavel de la memoria! ¡Diamante del destino!
Fuimos dos aves blancas en lo oscuro.
No te alejes como las horas,
quédate junto a mi durante un siglo.
No habrá quien nos halle en el alba lejana,
mientras estemos florecidos.