(“... al enemigo que huye, hacedle la puente de plata.” Cervantes, parte II, capítulo LVIII de su Don Quijote)
Condenado a convivir con ese otro yo que te quita las alegrías, que te merma los pocos placeres; ese enemigo implacable que no se separa de ti, que te engaña, que te hace dudar, que cuando vives te hace creer que es una pesadilla, que cuando sueñas te lo presenta como una realidad. Condenado a ser lo que aparento ser; que no estoy marcado desde antes de nacer. Que no cambie de vida, que no cambie de futuro me recuerda siempre. También me recuerda lo que tengo que hacer, quién tengo que ser, qué se espera de mí en cada triste amanecer. ¡No pienses más! ¡Actúa!, me dicta el yo, no te acuestes cada noche, a pesar de los pesares, con la misma sequedad de boca que padeciste anteayer, con la oscura sensación de que todo es nada, de que hoy no hay nada que hacer; pocos son los que, tras mirar hacia atrás, repetirían su vida actual … Bienaventurado tú, lector, si eres un afortunado, si la vida te dio tu vida; los demás vamos muriendo, infectada la gran herida de vivir soñando, y de seguir condenados a convivir con el otro yo, y siempre llenos de espanto en un puente de plata, y eternamente esperando.