Irme de viaje contigo sin apenas conocerte,
es una de las mejores locuras que he hecho en mi vida,
y no me arrepiento.
Besarte, cuando sabía que me iba,
que tú te quedabas y que iba a doler,
también lo fue.
Estar contigo mi última noche,
para amanecer desnuda junto a ti,
como si ese vuelo no me estuviera esperando,
también lo fue.
No me arrepiento de nada,
absolutamente de nada.
Excepto... de irme.
Hay pocas personas merecedoras de mi silencio,
pues siempre hablo y hablo,
de cosas que no tienen importancia si quiera,
pero nunca callo.
Excepto cuando tengo que inspirar el momento,
para llevarlo dentro de mis pulmones,
para que circule por todo mi corriente sanguíneo,
y se reparta por todo mi cuerpo,
a cada una de mis células,
dentro de mis mitocondrias.
Y tú, tu mereciste muchos de ellos.
Pero no me beses,
no me beses otra vez,
porque si lo haces y… me gusta.
Y créeme, sé que me gusta.
Porque no han nada,
como uno de tus besos,
dirigibles, que van al alma,
para provocarme escalofríos,
y remover todo eso que yo un día,
me atreví a llamar…
Esa palabra,
de cuatro letras
que empieza por A y termina por MOR,
y que tanto me duele ahora pronunciar,
porque no sé dónde está.
No me beses por favor.
Ni siquiera lo intentes,
que me dan ganas de arrancarme estas alas,
que a veces, me hacen sentir tan egoísta
y otras tan libre,
que ya tomé la decisión de volar y tomada esta.
Que tu no las tienes, no las quieres
y no tienes porque buscar unas de segunda mano,
que ya sabemos que esas no valen
porque están ya gastadas.
Que tú tienes tu estilo y yo el mío,
y créeme, muero por él.
Por tus vinilos de rock n roll y las noches con Jacky,
oliendo a Calvin Klein mezclado con tu tabaco rubio de liar.
Que me volviste aún más loca
cuando te compraste esa camisa en el mercadillo de Ciutadella
y te tatuaste un AS de picas en tu brazo derecho.
No sabes, ni sabrás,
cuanto me interesaba la historia cuando estaba contigo,
y que las cuatro horas en el museo de arte nacional de Londres
no fueron, ni para nada,
la mitad de aburridas que todas las noches que no pase contigo
cuando pude haber aprovechado aun,
el tiempo que nos quedaba.
Para besayunarnos entres tus sabanas
un domingo por la mañana
cuando el sol nos espiaba
por las rengleras de tu persiana.
Mientras yo,
dormía, despeinada,
después de que tú me vistieras de besos
la noche anterior
y con tu cámara, me fotografiaras.
Como si me tratara de una de esas modelos,
que posan por ti.
Pero yo,
con solo tu sonrisa,
ya brillaba.