Tu último beso fue una daga,
ebria vendetta que no alcanza
desentrañar tu culpa.
No me verás sangrar bajo esta lluvia.
Equivocaste el blanco, el dúctil tiempo.
Ya era un muerto que apenas te miraba,
estéril y vaciado como un tronco
que previamente apuñalaron todos.
Pero tu culpa redimió el espanto
que antes hizo de mi sangre agua.
Me abate verte persiguiendo incautos
entre brumas incógnitas de odio.
¡Debes primero domeñar tu culpa,
oler la sangre, anticipar las tumbas!
Ya te veré, mortal, buscar mis labios
para limpiar tu daga o apuñalar mi nuca.