Sergio VM.

El algĂșn tiempo.

Ya oscurece. 

La tinta azul de la pluma es casi negra y no escribo a tientas por la luz que elude el cristal de la ventana.
Sonrio.
Me dejo llevar por una mágica canción de cuna que recita el eco de la habitación oscura.
Tarareas cierta melodía mientras ciñes las prendas a tu cuerpo.
Estoy concentrado, escribiendo y viéndote a través de tus sonidos.
Una voz casi apagada, pisadas firmes, una cremallera y el rumor de una sonrisa.
Tocas mis hombros y me abrazas.
A la par yo estoy sentado.
No lees lo que escribo, sabes que es para ti.
No enciendes la luz; besas mi mejilla, mi cuello para después desaparecer.
Yo encuentro mi piel hecha nervios y el brillo de tus ojos aterriza de repente sobre los míos.

Te conozco en ese último estallido tuyo que es la intimidad.
Conozco de memoria tus trazos, tus recuerdos y la vida que me has contado.
Te esfumas.
La luz de los faroles ha revelado que es de noche allá en la acera y aquí en el cuarto veo mejor.
Te extraño y no te has ido.
Sólo estás ahí observando, esperando que termine este boceto burdo de ti y te mire la silueta y la sombra.
Estás ahí sentada, tan bella y querida como ayer.
Serás bella y te querré mañana.