Cada mañana veo los lirios
y veo en el brillo de sus pétalos
el recuerdo del rubor en tu rostro;
ese matiz en terciopelo claro,
ese color que apenas te acaricia la mejilla
y que te adorna la sonrisa
como poniendo rubíes a los diamantes.
En tu alegría está el brillo del oro
y de tu boca nace el deseo del beso.
Encofrado en ti está el valor mismo de todas las cosas,
por eso besarte es la mayor recompensa.
¿Cómo hago si quiero darte un beso
y se me juntan las horas
y se me escapan los días,
pero ni tu boca se acerca a la mía
ni se fatiga el ánimo de besarte?
¿A qué benévolo Dios le rezo?
¿A qué extraña secta me adjunto?
Me acabo el aire entre suspiros
porque no te tengo cerca
y en los labios llevo un beso moribundo
desvaneciéndose con el tiempo.
¡No dejes morir este beso,
no conviertas a mis labios en sepulcro!