Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte.
Miguel de Unamuno
Un viaje siempre supone una huida.
Advierto como punzada en el corazón,
entre la ternilla y el tegumento que
se pierde entre aurículas y ventrículos,
un prurito explorador que atañía ya a
mis primeros ancestros, y que me
impulsa a conquistar tierras ignotas.
No me resisto a imaginar que mis pies
graban sus suelas en lugares soñados,
que huyen de mí como sombra que se
persigue, y que nunca verán mis ojos
mas sí mi ilusión, con lujo de detalles.
Un viaje tiene dos caras como una
moneda.
Un viaje es una suma algebraica de
vivencias.
Los sentidos en plena efervescencia se
conjuran para dibujar un universo de
sensaciones que recorren el tuétano de
cada hueso hasta el suspenso. Acto
seguido impregnan con esa dulce savia
cada poro de los bastidores del carácter,
lo reinventa.
Un viaje, como un buen libro, si es
gratificante, marca una frontera entre
un antes y un después.
Quien no tiene cuentas pendientes con su
rebotica carece del impulso, del porqué.
Quien no tiene la piel lacerada por el
roce, o no tiene mataduras por el castigo,
no tiene viento a favor para echar al mar
velero alguno.
Salir , viajar para olvidar, para mirar al
otro lado.
Busco despedirme de mis cuitas, ver en la
lejanía del adios cómo el yo que se queda
se convierte en un punto en el horizonte,
cómo el yo que se queda digiere el limo
putrefacto que arrumbamos en un rincón
del alma.
El verdadero viaje discurre por dentro.