Está la noche radiante,
toda cuajada de estrellas,
de guirnaldas y palmeras,
de luces y resplandores
y de hogueras, incendiada,
clamorosa de susurros
y de palabras contadas,
múltiple de pirotecnias
y de escandalosas tracas
que en el cielo se desatan.
Está la noche radiante,
y la luna iluminada,
y hay unas voces lejanas,
de iniciación y aquelarre,
entre las altas fanfarrias
y las rasgadas guitarras,
entre los timbales huecos
y las discretas ventanas,
que miran distorsionadas
tras las quemadas persianas.
Está la noche radiante,
y la calle constelada
de multicolores faldas
y melenas onduladas,
de pasiones encendidas
e inevitables miradas,
que suben por tus caderas,
por tu cintura y espalda,
hasta las luces y el alba
de tus ojos y tu cara.
Está la noche radiante,
misteriosamente mágica,
celosa y apasionada,
y los amantes dispuestos
para los tiernos encuentros,
para, en los cuerpos etéreos,
hacer la noche inmortal,
y los instantes pequeños,
inmensos y dilatados,
universales y eternos.
Está la noche radiante,
grandiosamente romántica,
embrujada y enigmática
alrededor de la playa,
sobre la arena mojada,
y con las claras del día,
mientras la luna se oculta,
dice la noche cansada:
“nace el alba para ti,
sobre el rocío, en tu cama”.
Autor: Deogracias González
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