Se erigen torres de huesos
herrumbrosos y nutridos
por una lluvia que no llega a todos,
los voceros de imaginarios países
que escupen su jerga de gruñidos
a la cara y exigen inmerecido privilegio.
Son las aves que sustituyen
a las águilas y gaviotas de antaño,
aves que destilan pestilencia
en cuanto descubren su pérfido plumaje.
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