Voy ahora caminando sobre un lecho
de hojarasca que se demora otoñal
ante el rigor de la canícula.
Conjuro de ramas secas y hojas que
resisten perder su verdor, ya perdido,
tarde para retroceder, para mirar atrás.
Aspiro ávido las fragancias que me
suspenden por momentos, levito sobre
una de las avenidas del Parque de
Maria Luisa que van a morir a la Plaza
de España.
Me entretengo en contar las letras que
Becquer desperdigara antaño, desde su
glorieta, asperjando simpares Rimas y
Leyendas sobre la fronda que tapiza el
vergel que me invade.
Franqueo la puerta de la Plaza de
América repleto de sevillanía y
poesía, aquella que rezuma de la
poma blanquecina de azahar y
jazmín que embriaga cual licor.
Me interno en el asfalto de la
avenida de la Palmera para
recordarme, memento mori,
que el verdor es una ilusión que
se nos derrama de la punta de los
dedos cual sueño que despierta de
repente.
LLego a la realidad tras cruzar un
desierto bituminoso que se ofrece
acicate al deseo de volver.
Infanta, Gracias por tan majestuoso
regalo a la ciudad que te robó el
corazón.