Polvorientos parajes, transitada
senda –calor incipiente-, confiésame
tú que lo sabes, ¿por qué hueles a pésame?
Sobre tu faz caprichosa, marcada
queda la huella -cándida, resignada-
de ruedas, alpargatas, cascos. Bésame
amargamente la sien, gime y césame
como cantor; más dime antes que nada:
¿dónde marchó el alegre campesino?
¿dónde la abubilla guardó su trino?
Respóndeme sean cuál será el sino
de esta aridez ondulada. Concede
licencia a mi entendimiento; él no puede
comprender y ha de saber qué sucede.