El árbol de la vida
desprende hojas caducas
que caen sobre mi cuerpo
como una fria lluvia,
una lluvia implacable
que empapa y que traspasa,
que te cala los huesos
y te enmohece el alma.
El viento de la vida
resopla con más fuerza
y empaña con sus halos
los vidrios de mi celda,
sacude los ramajes
del viejo calendario
cubriendo de hojas secas
las huellas de mis pasos.
El cálido rocío,
dejó paso a la escarcha
y el brillo de la aurora,
a las brumas malsanas,
a las nieblas que envuelven
como húmedos sudarios,
que exhalan podredumbre
de duelos centenarios.
Y yo cierro las puertas
y atranco las ventanas,
apilo los tocones
en el hogar de piedra
y prendo con mi llanto
el fuego de la hoguera
que alumbra tu recuerdo
bajo la chimenea.
El hielo se hace eterno
detras de los cristales,
el humo de la pipa
dibuja tu figura,
y creo ver tus ojos
brillar entre las llamas
mientras apuro el vino
que me caldea el alma.