Voy por la extensa vereda que corre junto a la playa
pasea la fresca brisa, y el monte es verde esmeralda
finas gotas de rocío van empapando mi falda,
llanto que dejó la noche, en la húmeda madrugada.
Me invade una paz intensa, nada perturba mi alma
que se rinde a la belleza del paisaje;
se perfuma la mañana con flores recién abiertas,
olor a tierra mojada.
Existe magia en el monte, un profundo aroma a savia
y me detengo a la orilla donde el río se desangra,
en un abrazo profundo se entrelazan las dos aguas
bailando los remolinos, es risa alegre que estalla.
Y se dibuja un recuerdo que en el horizonte encalla,
frágil barquilla de sueños, ilusiones tan lejanas
que van marchando sin prisa, en su viaje a la nostalgia
no hay tristeza ni desvelo, tan solo una inmensa calma.
Indómito corazón, que ha cargado en su valija mil pérdidas millonarias,
que bebió de la amargura, y resurgió de la nada,
aprendió que lo valioso se lleva dentro del alma, que no se deja abatir
por el revés de una causa, y se levanta mil veces, para seguir la batalla.
Aquí estoy junto a mi playa, avistando la esperanza
lustrando los sueños nuevos que voy a estrenar mañana
con la sonrisa sencilla, y con la mirada clara
siguiendo el paso a mí vida, porque el camino reclama.
Voy guardando en la memoria, aquellas tardes pasadas
abrazos, cálidos besos, a través de la ventana, que fue encuentro para amar;
para amar en la distancia, yo en mi ciudad bulliciosa, tú en la apacible montaña,
tiempo de amar, cada tarde, y al primer rayo del alba.
Romance de enamorados que sobre la arena avanza, donde el amor se hizo verso,
Y el verso fuego del alma, leña que nutrió la hoguera, ilusiones atrevidas, desafiantes, temerarias,
cuanto te recuerdo vida; cuanto mi cuerpo te extraña, es dulzura y es placer
que se viste de añoranza, y como una ola eterna, viene a morir a esta playa.