Raquelinamor

FRISO DE BEETHOVEN

Obra pictórica creada por el artista simbolista Austriaco, representante del modernismo, destinada a la  XIV Exposición de Beethoven,  en 1902  pintado directamente sobre las paredes con materiales ligeros. Tras la exposición la pintura se conservó,  y no vuelta a exhibirse sino hasta 1986. En la actualidad se puede visitar en el Pabellón de la Secesión de Viena.

Esta obra está compuesta de tres partes:

“El anhelo de felicidad”  “Las fuerzas enemigas” y triunfa con el “Himno a la alegría”:

“Primera pared larga, frente a la entrada: El anhelo de felicidad (las figuras suspendidas). EL sufrimiento de la débil Humanidad (la niña de pie y la pareja arrodillada). Las súplicas de la Humanidad al fuerte y bien armado (el caballero), la compasión y la ambición como fuerzas internas de los impulsos (las figuras femeninas detrás de él), que le mueven a luchar por conseguir la felicidad.

Pared estrecha: Las fuerzas enemigas. El gigante Tifeo, contra el que incluso los dioses lucharon en vano (el monstruo que se asemeja a un simio); sus hijas, las tres Gorgonas (a su izquierda). La Enfermedad, la locura, la Muerte (las cabezas como de muñecos y la anciana tras ellas). La Lujuria, la Impudicia, la Desmesura (las tres figuras femeninas de la derecha junto al monstruo). La pena aguda (la que se encuentra en cuclillas). Las ansias y los deseos de los hombres, que se alejan volando por encima.

Segunda pared larga: El anhelo de felicidad encuentra reposo en la poesía (las figuras suspendidas se encuentran con una mujer que toca la cítara). Las artes (las cinco figuras de mujeres dispuestas una sobre otra, algunas de las cuales señalan al coro de ángeles que canta y toca) nos conducen al reino ideal, el único en el que podemos encontrar alegría pura, felicidad pura, amor puro. Coro de los ángeles del Paraíso. ‘Alegría, hermosa chispa de los dioses’. ‘Este beso para el mundo entero’.”

 pidieron a la orquesta que tocara de nuevo la 9ª de Beethoven, hasta desfallecer, esta vez la versión de Mahler. El “aparato” de Viena les había excomulgado. La Academia, Museos, críticos, marchantes  no los querían ver y menos a sus pinturas. El más feliz era Gustav Klimt, que poco antes había visto como hacían retirar sus frescos de la Universidad, una humillación que le dolió en las entrañas. En cambio el público sí acudía, quería ver de cerca a aquellos radicales con ecos románticos que por fin inauguraban su templo con el cambio de siglo: el Pabellón de la Secesión. de artistas para sí mismos y para amantes del Arte, en busca de un ideal llamado el Arte total: pintura, escultura, arquitectura, música… hasta la caligrafía. Ante el desprecio del establishment, encontraron el apoyo financiero de una creciente burguesía que conectaba con ellos y construyeron un espacio dedicado a su visión, no solo para exponer su obra, sino su alma.

El arquitecto, Joseph Maria Olbrich ideó una cúpula dorada de laurel, resplandeciente, y un espacio central con un único invitado: la escultura que Max Klinger había dedicado a Beethoven. Todo el edificio estaba inspirado en el músico y su 9ª Sinfonía, también el friso que Klimt pintó en la sala lateral, tal vez su obra maestra.

El Friso de Beethoven ocupa tres paredes de la sala y sus espacios en blanco son tan importantes como sus pinturas, marcando un tempo en el relato de sus cuatro escenas, hasta el clímax final del Himno a la Alegría. Klimt utilizó todos sus recursos, buscó la inspiración a lo largo de toda la historia del Arte mezclando presente y pasado y creó una obra innovadora e irrepetible que contiene todas sus claves, simbolismo, experimentación con pigmentos, uso del pan de oro y devoción ornamental.

Se inicia con un adagio lento, sobre el muro blanco aparecen unas genii flotantes con alargada figura de mujer y los ojos cerrados, espíritus motivadores que darán continuidad al relato, un basso continuo que confiere la estructura armónica.

Primera escena: “las súplicas del débil género humano”, figuras desnudas que llegan a arrodillarse, demacradas, con la esperanza puesta en un mito heroico representado por el caballero armado en oro, para el que Klimt utilizó los rasgos de Gustav Mahler, sobre dos figuras que representan la ambición -con la corona de laurel- y la compasión. La armadura del caballero reproduce la del archiduque Segismundo del Tirol, expuesta en el Museo de Historia del Arte de Viena. Para darle más textura -si cabe- Klimt añadió clavos de tapicero en la armadura y vidrios de color en la empuñadura de la espada. Con un casco a sus pies, el caballero, guerrero y sabio, representa la misma humanidad dotada de espíritu y  decidida en la búsqueda de la felicidad a través del Arte.