El sexo del hombre y de la mujer,
se unen para formar un solo ser.
Sea pecado o no al sexo sucumbimos,
es la carne del otro la que anhelamos,
que sin brasas la piel se calienta, queda
servida en la mesa con o sin pimienta.
Como lengua de serpiente sobre la piel,
que batalla entre el sexo y el deseo,
de aquellos pocos fieles
o de los amantes infieles,
que la usan en la intimidad
y a cualquier edad;
aunque para algunos es inverosímil,
el sexo hace parte de la felicidad.
Algunos frígidos evaden el sexo,
otros como lobos desgarran la carne,
y la tentación aun en la muerte,
que revivirían en un solo beso.
El sexo tiene un zumo esencial,
viscoso, con sabor a bizcocho,
que hay quienes melancólicos,
lo hacen y se vuelven dichosos.
Cuerpos trascendentales,
que se atraen a vida o a muerte;
hay quienes lo dejan a la suerte,
o los que planean como hipócritas
sin sentir nada hacer el amor,
o los que sin pensarlo les queda
como la más exquisita historia.
El sexo es caricia, es un dulce beso,
es un apasionado abrazo,
es lo inesperado,
es el sol en un cuerpo vigoroso,
es negro y blanco en el amor,
es un calmante para el dolor.
Del sexo lo más hermoso es hacer el amor,
en brevedad o en fuerza descomunal,
como animales que salen de la jaula.
Por eso para alguno el sexo salvaje
puede ser más interesante e inolvidable
que el sexo sutil, sin sabor y planeable.
No puede faltar el volcán dormido,
que despierta en un momento sublime,
en la caricia penetrada del gesto vigoroso,
de un momento inolvidable y amoroso.
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Autor: Millondurango
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