Mandarina,
divina sustancia,
llamarada del invierno.
Mis manos añoran
tu cuerpo atardecido.
Tu ardida dulzura,
mis labios suplican.
En tardecitas sin sombra
Yo atravesaba el jardín
hacia tu árbol callado.
Te apresaba mi boca
la carne durmiente.
Conociste mi alma de
frío jazmín.
¡Anaranjado lunar
en apacible verde!
Tu corazón de agua nació
en sombras minerales,
donde el quejido de la pena
no se oye, donde
la brisa muere.
Eres pompón de ocaso,
azucarada estrella.
Te recuerdo en mi infancia
entre todas las frutas.
Tu corazón maternal
alimentaba mis horas
de ambiguas bellezas.