Hemos de ser cántaros vacíos.
Lao Tsé.
Condensas el aire que exhalas.
Tus palabras encarnan vidas
cimentadas en la arruga.
Cada bacteria que habita sin
ruido tu piel se erige testigo,
cronista de la ignorancia que
adorna nuestras mentes.
Me presto a escuchar tus lechuzas
cuando el ocaso amenaza lluvia
sobre mi orgullo.
Te escucho como Mahoma escucha la
lejana voz del muecín cada una de las
cinco veces que me postro a tus pies.
Te venero porque a tu sombra acaricio
el raudo paso de la brisa que emigra
desde el mar.
Sabiduría, eres la ondina que tendió
sus redes hasta dar alcance al potro
desbocado que cabalga mis sangres.
Solo poseerte se traduce en ventisca
que amenaza con precipitarme al más
profundo de los abismos.
No me dejaré seducir por Parca que
se precie, ¡Oh diosa Sabiduría! hasta
no haberte poseído en el más hondo
de mis lechos.
Sueño con seducirte y fundirme en
aleación divina con el aceite que
patina tu piel, de fragante seda.