A Dios culpo; por hacerte mujer, bella y hacerme conocerte… poniendo inquietudes en mi alma y mi mente a volar tras tu deslumbre.
A Dios culpo; por darme un corazón que ama lo bello, por ponerle alas a mis pensamientos… sembrándote en mi pecho.
A Dios culpo; por auspiciar nuestro encuentro... poniéndonos de frente en el camino y darnos de pasiones considentes.
Dios es el único culpable; él incitó a cupido a que nos fleche y el lindo serafín que es tan certero atravesó de un tiro nuestras almas encadenando así dos corazones.
Por eso, mi señor, yo te condeno a recibir las gracias que he de darte; setenta veces siete serán pocas y no me cansaré de agradecerte por la felicidad que a mi has traído.
PABEDIZ