En los mares, en las playas,
A kilómetros, tras calamidades
nos empezamos dañando.
¡Nos morimos amor!
Lentamente no vamos desmembrando.
Nos arrancamos brazos, costillas,
recuerdos, besos, caricias; nos arrancamos el alma
mutuamente.
Más tarde, ya secos y sin vida
-como si fuera poco-, nos abandonamos.
Si acaso ves tormentas y diluvios,
no mires las nubes, allí no hay quien culpar.
Es Dios que de vez en cuando suelta una lágrima,
añorando nuestro amor bestial.