Dulce CastaƱeda

Las estrellas

Lo que más me gusta observar -además
de ti- es el cielo estrellado. Ver como
palpitan las estrellas me llena de un
placer exorbitante; me recuerda cuando
era más pequeña y luego de un día
agotador lleno de juegos y sudor, salía
corriendo al segundo piso, alzaba la
mirada y veía el resplandor de las
estrellas pensando que ellas también
me admiraban a mí, ¡me sentía tan
alegre!, recuerdo que respiraba hondo
y me quedaba quietecita para sentir
como el aire me hacía compañía con sus
soplos de vida.

También me acuerdo que cuando estaba
muy feliz salía a buscar figuras en ellas.
Cuando estaba triste, llorando
desconsoladamente en las escaleras con
los ojos inundados de miseria, levantaba
la cabeza y ahí estaban ellas como cada
noche, mis fieles acompañantes: las
estrellas, haciendo constelaciones con
ese brillo que hacía parecer la vida fácil.

El tiempo transcurre, no se detiene en
ningún momento, ni cuando lo
imploramos de todo corazón, el tiempo no
siente dolor, no escucha razones, no
huele desastres, ni ve traiciones. Ese
mismo señor tiempo quiso que yo
tampoco las viera, quizá para no
hacerme sufrir más... me arrancó los
recuerdos, sin embargo tuvo un accidente
al hacerlo: también me arrebató la buena
vista. Cuando sucedió dejé de distinguir a
mis amigas: las estrellas.

La vida tiene muchas soluciones que se
descubren con ingenio y perseverancia,
los lentes son un claro ejemplo de ello.
Es así como pude distinguir
de nuevo a las lejanas estrellas que
guiaban mi umbral. Aunque solía ser
interrumpido, siempre encontraba el
camino de vuelta, solo bastaba con limpiar
esas lágrimas <<o cristales>> y levantar
la cabeza para que mis preguntas fueran
resueltas por la noche estrellada.

Hay muchas razones por las que me
gusta mirar el cielo, no sólo las estrellas,
también veo <<aunque sean mentiras de la existencia>> esperanza y fe.

En la noche de ayer estaba llena de gente
maliciosa e infeliz, y yo, como la
desgraciada que soy dejé de tomarles
importancia. Descanse los párpados, alcé 
la cara, respiré hondo, puse mi mente en
blanco y cuando abrí los ojos
nuevamente... ¡vi las estrellas!, ¡eran
demasiadas!, parecía que hicieran un
festival y como anfitriona: la luna. Sin
embargo algo inesperado sucedió; en el
momento en que me inundé de su
belleza... pensé en ti.

Vi la noche estrellada y te vi a ti. No
había visto a nadie más en ella desde
hace varios años, cuando de niña pregunté:
-¿Abuelito?, ¿estás ahí arriba?, no me
contestes que yo sé que sí, éstas en la
estrella más brillante, ¡en esa de ahí!,
abuelito, tú me vas a seguir siempre,
¿cierto?- entonces mi madre gritó
-¡Dulce!, ¿qué haces allá arriba?,
¡métete!- y yo como súplica última 
dije -Ay abuelito, si me escuchas aunque
sea tantito, haz que mi mamá ya no sea
tan enojona y tú no dejes de brillar
nunca, te quiero.-