Cuando la razon calla, habla la voluntad.
Schopenhauer
Te bates en retirada por la puerta
de atrás, para huir de la verguenza.
Me dejas aquí vacío con la pejiguera
de tener que despegarte de mi mente.
Cuando cruzaste la puerta para irte,
encendí un fósforo de lágrimas con
el propósito de dar por calcinado el
libro de tus memorias.
Al día siguiente , o más bien a los días
siguientes, una vez desprendida de la
entraña la roña de tus viejas caricias,
decido echar a mi chimenea sedienta
la ramas secas que, arrumbadas en el
sobrado, enciendan mi dormida carne.
Cada minuto que respiro sobre las
brasas del último volcán me parecen
siglos de pasión, pasillos infinitos en
una hacienda de verano que se funde
a su paso.
Me miro al espejo y me quedo mirando
al ojo izquierdo, que se atreve a guiñar
la desolación que, poco a poco, se va,
se despide por que no le hago caso.
Me pongo la camisa de los domingos,
me olvido en el parque más próximo, el
que tiene más árboles, más amigos, que
se agarran a la tierra que les sustenta.
Me regalo a ellos trocándome en dulce
substrato que les aproveche su savia.
Me dejo sorber por la Naturaleza que
me inunda, me repleto de la energía
que brota de lo más hondo de la tierra
para resurgir como Ave Fénix, con todo
su brillante plumaje y todo el fuego en
la mirada que soporten mis pupilas.