Ayer mientras cenábamos veíamos un documental sobre Cádiz, ella hizo un inciso y me dijo que le gustaría otra vez visitar la ciudad milenaria, cuando terminamos de comer nos sentamos en el sofás como todas las noches.
Pero esta vez en vez de un libro mis manos sostenían un pequeño ordenador, entre en internet buscando hoteles en Cádiz, encontré muchos pero reserve una habitación en el Hotel Atlántico, cuando termine la operación, le dije a ella, nos ténemos que acostar temprano, mañana salimos para Cádiz, ella me miro con extrañeza y me dijo, para qué? Para pasar el fin de semana, me abrazo y me beso.
En las primeras horas partimos hacia Cádiz por la autopista, apenas había tráfico, cuando llegamos al cerro del Fantasma en el cruce de Las Cabezas de San Juan, nos paramos y desayunamos algo para seguir el viaje, terminamos y en marcha, hasta la Bahía, cada vez se notaba el sabor a mar, a salitre, a naturaleza viva y muerta, al fondo Cádiz.
Al llegar al hotel nos identificamos y con muy buen agrado nos dieron la llave de la habitación, primera planta número 19, dejamos las maletas nos cambiamos de ropas y salimos a pasear por la ciudad, yo con mis zapatillas pantalón vaquero y camisa azul, ella con un largo vestido blanco y sandalias.
Bajamos a la playa y ella se descalzo, para andar por las arenas de la playa, se sentía viva y muy alegre. Tomado de los brazos y abrazados, caminamos un largo paseo por la playa hasta llegar a un restaurante donde nos tomamos nuestro segundo desayuno, al terminar nos adentramos en el centro de la ciudad, entramos en una antigua pastelería y compramos el pan de Cádiz y otros dulces muy soberano en esta ciudad.
Seguimos paseando por sus estrechas y veteranas calles parándonos en una mercería, donde entramos y ella se compró varios conjuntos de lencería, entre ellos uno negro con unos pequeños lacitos color rojo, también le llamo la atención una funda muy cómoda para la silla de su ordenador.
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Con los paseos y las visitas se nos echó la hora de almorzar, entrámo en un restaurante en plena bahía y desde su terraza se podía contemplar los pueblos de Rota y Puerto de Santa María, la comida fue exquisita y de buena calidad, después de nuestro café, nos marchamos despacio hacia el hotel, donde nos esperaba una buena siesta con nuestros eróticos juegos para no perder la costumbre de estar vivo y sentir los placeres de esta vida.
Una vez bien descansado, nos refrescamos y merendamos en una confitería frente al hotel donde decidimos quedarnos esta noche y partir para Sevilla Mañana, no nos queríamos perder las maravillosas noches de esta ciudad, pues ya húele a carnavales, cantes, ensayos y el arte propio que embriaga a todas las personas que la visitan.
Pintura de Ernest Descals
© José Cascales Muñoz
Reservado todos los derechos.
5 de Julio 2017