Hablan
los brazos, las hojas de los árboles
la menuda lluvia
el colorido silbido de las calandrias
los algodones del cielo aislado
la locuaz soledad
el sabio silencio
el perpetuo viento arraigado
los pies exhaustos y tumefactos;
hablan todos
cuando
se apagan los motores de la rutina
y se cosen las bocas de las bocinas
cuando
el reloj va sin prisa con patas de tortuga
y la luna a las siete del ocaso madruga.
Hablan todos
cuando el hombre, a su lengua, calla.