No intentaba conocerte y mucho menos corresponder a los planes del amor, pero el destino nos dejó atrapados en una misma estación, llamada lluvia.
Yo ya estaba allí, a pedacitos pero ahí estaba, te vi llegar y sólo noté tu presencia y admiré tu belleza, nada más.
Ibas a marcharte pero, el cielo se abrió y creó un escenario donde entramos tú y yo, donde sólo cabíamos, nosotros dos y donde no existían, otras opciones.
La puerta de mi corazón estaba cerrada, pero la ventana ajustada, y cuando empezó a llover tan fuerte se empezó a filtrar el agua, intenté cerrarla pero ya era demasiada, y lo más extraño es que, no sentía frío, era una brisa que aliviaba mis sentidos y me daba seguridad. Empezaste a hacer de la lluvia un momento digno de admirar, uno en el que alguien tan roto puede llegar a amar y recordar para toda la vida.
Sonreíste y mis ojos observaron un milagro, pudieron vislumbrar en ti, más razones para vivir, para ser feliz y sobre todo, para agradecer a Dios.
Nos movimos de estación, juntos, emprendimos hacia un nuevo destino, y aquí vamos, con un tiquete pago pero sin destino fijo; quiero seguir este viaje observándote y queriéndote a cada instante cerca de mí, porque el tiempo sin ti, es más agonizante que una sed en medio del desierto.