No es el olor a café,
o al pan calientito de Comala,
tampoco es el incienso que humea sobre la mesa,
ni el olor a tierra mojada que viene del húmedo césped del jardín.
No es la noche,
ni Comala,
ni el abrótano,
ni la lluvia.
No es eso que todo aquél presente percibe nada más llegar,
no son esos aromas que deleitan a quien los huele,
es ese aroma que huele quien lo deleita.