Ni el ardiente julio,
voraz, loco, rebozado
en el sudor de la tarde,
se atreve a ceñir tu cintura,
acorazada en una playa en calma.
No se acerca a ti,
tampoco,
ese polvo desértico
que respiran los necios,
llevándoselo a casa
en los zapatos,
para sentirse alguien,
en esta vanidosa feria del estío.
El poniente no seca
tus axilas de seda,
pasa de largo perdiéndose
en esquinas que nadie
se atreve a doblar
porque tienen miedo
a lo que sólo tú sabes.
La tarde quiere ser infinita
para parecerse a ti,
aunque se vuelve cobarde
al no alcanzarte,
pronto empezará a abreviar
hasta casi ser nada.
Sólo el mar
un mar bravo y generoso
un mar antiquísimo
aunque siempre joven
Sólo ese mar
reservado a tus ojos
Sólo ese mar
capaz de aguantar tu mirada
Sólo ese mar testigo
de pisadas
en mañanas de viento.
Sólo ese mar
se atreve a caminar contigo.
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