El sueño acariciaba mis parpados,
como yemas maternas la piel de un bebe,
mis ojos o entrecerrados o entreabiertos,
pero arropados, soltaban lastre a los pensamientos,
me vencía sin mas, yo estaba reposando,
pausado en el latir del reloj de aquella brisa
que al acariciarme con su mano
en la sangre hizo cosquillas.
Entre el silencio cálido de la voz del viento
que transportaba el roce tenue de trigos lejanos
y las arpas de los pinos a ras del suelo,
a través de una atmósfera hecha de sol desparramado,
y espejismos de luciérnagas por doquier
para llegar por el costado, hasta el oído,
como el soplo de un flauta con trazas de romero,
envolviendo en una aureola todo mi cuerpo,
sobre una alfombra de sombra picada y amapolas,
apenas mecido mi torso en una hamaca atada a un árbol
cuyas hojas filtraban el ojo gigantesco del edén,
que parece ser el sol de mediodía
cuando viene desde el cielo y por una verde copa
se quiebran, como el cristal, sus rayos,
bajo un mar de lentejuelas locas,
suplantando a las hojas
en su cara sombría.
Entonces, el vecino del caserío de abajo
puso entusiasmado "La Vie En Rose",
encendiendo silente su viejo cassette
con ese sonido antiguo a pantalla de cine
en blanco y negro,
o como si un lápiz de carboncillo dibujase
acordes en el cielo,
inconfundible entrada de trompeta, saxo y piano
con el ritmo grácil mas sutilmente despampanante,
que llevaría paseando un hombre enamorado
de una mujer que le acaba de decir "te quiero",
con el rostro de absoluta alegría, como tocado
por la esquiva barita del aire fresco,
mientras regresa poderoso y algo agitado,
ansioso de sentir mas, de vivir, de atravesar su destino,
al cruzar cuasi levitando, paso tras paso,
por un enjoyado jardín pensativo
de dibujos animados,
naranja, violeta, amarillo y hojas,
y sonaba el violín bailando en el sueño,
la mujer con su voz de seda rota,
magia de alabastro y melancolía
en la pautada calma de la brisa,
al son de "La Vie En Rose".
Se dibujaba una sonrisa en mi boca
un crepé de agua cubría mi mente al compás
al que iba menguando mi mirada
con la voz profunda, oh y arrastrada de Edith Piaf
que vuela entre la risa y el llanto de la Gioconda
y yo me cruzaba con la noche temprana
en un puente vigilado por gárgolas
que preludiaba los adoquines de los vericuetos
y la bruma que visten las calles de París,
como si yo estuviese allí,
contemplando desconchones y las gotas
que desgasta la piedra de los monumentos
de la eterna ciudad verde, azul y gris
y yo era aire, cielo y roca
y desconcertantemente feliz
subido en el viento,
flotando con las notas,
al son de "La Vie En Rose",
un violín marrón y negro
y sueño, mucho sueño
me dormí.
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