Sentado al borde de mi cama, te pienso y te extraño a cada segundo. Cierro mis ojos y trato desesperadamente de tener una visión clara, de imaginar que de la mano te llevo y de pronto esa visión me sorprende, la vivo, la entiendo, la veo…
Camino lentamente por el suave manto de tu arena y mis huellas van quedando en tu piel. Distancias enormes recorro contigo y conforme avanzo, con mis pies voy arrancándote pedacitos de tu arena que van quedando sujetos a mí.
Y entro al mar para sentir tus cálidas olas que con movimiento suave me tocan, me revuelcan. Siento tus aguas, tus caricias y el sonido fresco de tu espuma que se desvanece silenciosamente en mi mente.
Vas y venís una y otra vez
y yo inmerso en la quietud de tu juego, voy y vengo movido por tu marea que me sube y me baja, me trae y me lleva.
Y nado entre tus algas y me consumo entre tus corales y admiro con asombro la inmensidad de este mar, que me causa tanta alegría y que le da color a mi vida, un color acuamarina de esperanza que refresca mi corazón cada día.
Espero paciente cada tarde, posado sobre la suavidad de tu orilla, la puesta de aquel astro en el horizonte pacífico de tu destello final y veo como tu imponente luz se manifiesta sobre tus aguas y veo como te alumbras radiante en mi piel y en mi ser.
Después de un rato, el sol ya se ha ocultado contigo en la lejanía y a pesar de ello, tu luz sigue viva en mí como antorcha encendida y con ese ardiente fuego, enciendo una fogata en mi soledad y quemo mis malos recuerdos
para así purificar mi pasado y mis sentimientos y entregarte cada día algo nuevo.
Acá estoy en esta playa, recostado a tu lado y tu suave brisa rozándome me consuela, me tranquiliza, me llena de paz y de amor y me enseña a esperarte y a luchar.
En medio de la noche me dejás dormido, extasiado quedo sobre tu grava, y en medio de esta realidad, me reconforta saber que tus olas, tu brisa, tu luz, tus algas, tu sol, tus corales y tu fuego, estarán conmigo por una eternidad.
C.