Al desasir naciente tus caderas,
un chasquido interrumpe entre las mías
el relámpago, (y otros claros días),
que incendiara los trigos en las eras.
De la revolución que me ofrecieras,
oigo el fragor de aquellas melodías
que, arrancada la orquesta en sinfonías,
grabaran tus nocturnas cabelleras.
Porque antes que a mi rostro aflore el llanto,
o se extinga del aura el cristalino
que lo mantiene vivo, o resurrecto,
voy a ser de la luz, destello y canto;
voy a ser de la orquesta, el concertino,
de la revolución..., el insurrecto.
Autor: Deogracias González