Hay palabras que permanecen,
igual que permanecen miradas;
la primera vez que se ve el mar
y cómo la ola le habla.
Ese tiempo es un ave
que se mece en la rama,
y cada nota de luciérnagas
se parecen los labios
amapolas del alma.
Pero sé que los ojos
tornan sombra,
y el llover no es a mojado
que la tierra empapa.
Y sé que los pechos
no inflan detrás de la almohada.
Sé cómo me llamo,
se cómo te llamas...
y sé que solo fue un eco
que se equivocó de montaña.