Podría repetir toda la noche tu nombre
y que no amanezca.
Podría dejarte vivir entre mis costillas
y aligerarte al amor más allá de mis manos.
Podría hacer de cuenta que es la lluvia
la que cae y no yo,
y no mi nombre partido,
mi nombre hecho pesadas,
pesadísimas gotas de espanto.
Podría ir a buscarte ahora mismo
y sin embargo estoy aquí,
poniéndole piedras a mi boca,
cortándome las ansias,
invalidándome toda palabra,
separando la piel buena de la piel mala.
Podría atarme los labios,
hacer un tajo en la tierra
y desaparecerme entera.
Pero de qué serviría...
No se inquietaría el grande amor mío
-mi gloria-
ni a falta de cuerpo,
ni bajo el desgarro,
ni sobre la mismísima muerte.