Amada amiga mía;
quiero que tus ojos
sean capaces de leer mi diario
poema de amor
aunque no lo escriba.
Quiero encontrar palabras inservibles,
perdidas en las papeleras
de los cielos y de los infiernos,
para escribirte un verso
que se deslice entre tus dedos.
Quiero ser la música celeste
de una noche de verano
junto al mar,
invadiendo tu ser,
cantándote,
relajándote,
transportándote a la tranquilidad
del poeta que duerme
en sus etéreas vivencias.
Quiero que te conviertas
en tierra fértil,
y yo ser el humilde campesino
que ama su tierra,
que la socava y fertiliza,
que vive noche y día pensando en ella,
que la mima,
que la protege,
que la defiende hasta más allá de su agonía.
Quiero tropezarme contigo
en cada esquina de la vida,
hasta que la muerte, un día,
nos aplaste en su último callejón sin salida…
¿Y tú, qué quieres, amada mía?