Sábado, son las nueve de una mañana bastante calurosa a pesar de la hora temprana, presagiando un día pesado y con muchas probabilidades de lluvia, común para la época del año en que esto sucede.
Salgo con toda la intención de caminar a la buena de Dios y con la mente en blanco.
Pero los planes, al no tener fecha de vencimiento, son proclives a cambiar en cualquier momento y esto me pasó al dar la vuelta en la esquina y chocarme de frente con una realidad “pegajosa”…mi amigo Pirulo.
Todavía llevaba a cuestas como furgón de cola, el último encuentro con “el susodicho”, la conversación entre ambos se desarrollaba sobre carriles normales, nada fuera de lo común.
Hasta que en un momento dado y con los ojos desorbitados me disparó así, a quemarropa: ¿no te parece que ser viejo es una mierda? Lo miré, cerré los ojos, los volví a abrir y me dije: es cierto, esto me está pasando a mi.
Por supuesto que esto trajo aparejado un intercambio bastante áspero entre él y yo, con respecto a que si un viejo era o no “una mierda”, esta discusión me deprimió de tal manera, que estuve un tanto así de meter \"el dedo en el enchufe\" con tal de no aguantar tanta pendejada.
Entonces apenas verlo lo atajé diciéndole, mirá Pirulo, sabés que te quiero y te respeto, pero quisiera morirme a causa de algunas de las miles de “nanas” que tengo y no de alguna pelotudéz de tu parte.
A continuación seguimos caminando juntos, llegamos hasta el parque y nos dedicamos a disfrutar del entorno de flores y verde que este nos proporcionaba.
Pero uno en esta vida no puede estar seguro de nada…y esto lo comprobé de inmediato.
Así, como quién no quiere la cosa y con su mejor cara de no saber que los reyes magos eran los padres. Pirulo se descolgó con lo siguiente: ¿sabés Juancito (este soy yo) lo que leí en un lado que no me acuerdo? Y se quedó mirándome muy misterioso, esperando una respuesta de mi parte y como yo no le contestaba, todo enojado me gritó: si tenés algún problema conmigo me lo decís y se terminó.
Yo noté, o me pareció que “las de abajo” se me inflamaban peligrosamente y sentí que hasta me dolía la entrepierna, pero en un gesto que me enaltece y poniendo mi mejor cara de “yo no fui” le pregunté…¿que leíste Pirulo?.
( Se los cuento tal cual) Un médico Brasilero, el oncólogo Dauzio Varella premio Nóbel él, cuenta en un artículo que escribió, que ve con mucho temor como cada vez más gente de avanzada edad, tanto hombres como mujeres, hacen uso y más bien abuso de lo que los adelantos de la ciencia inventan para el “bienestar de ellos”.
Descuidando sin importarles, que para los mayores es más importante que descubran algún medicamento para paliar de alguna forma el desastre que causa el Alzeimer entre ellos.
Yo me quedé mirándolo sin entender un carajo donde quería llegar, no quería decirle que me dejara de joder con esas huevadas, pero tuve miedo a que se brotara y me dijera que era un mal amigo.
Con una pose de sabihondo y como perdonándome la vida me dijo: entiendo que a gente como vos que tiene una sola neurona, hay que explicarle las cosas de otra manera para que las entiendan, en ese momento yo no quería irme a mi casa (quería irme con mi mamá).
Y me explicó lo que para mi fue lo que selló MI SENTENCIA DE MUERTE.
Nos cuenta crudamente el médico Brasilero, que a este paso llegaremos a ver a viejitas con unas tetas mas lindas que las pirámides de Egipto y a veteranos con el pito más duro que las galletas que nos daban en el servicio militar, pero con un problema terrible…NO SE ACORDARÍAN PARA QUE CARAJO SERVIRÍAN ESO TAN LINDO QUE TENÍAN.
Apenas terminó de contar el vaticinio del premio Nobel, sentí un fuerte dolor de cabeza, se me nubló la vista y comencé a temblar como un poseso y me vi dramáticamente con mi pito tan duro como en los viejos buenos tiempos y sin acordarme para que me servía.
Por unos segundos se me clarificaron las ideas y pensé que esto me podría pasar a mi y si sería capaz de sobrellevarlo.
Si esto era un drama para mi, se agravaba aún más la depre que anidaba dentro mío, eso hizo que solamente atinara a salir corriendo con una idea fija en mi cabeza, estaba convencido que la única salida era el suicidio.
Llegué a mi casa descontroladamente, tome el arma que guardaba en el armario y gatillé… ¡ME HABÍA OLVIDADO DE CARGARLA!
Parafraseando el tango “NI EL TIRO DEL FINAL…¿vió?.
Boris Gold
(simplemente…un poeta)