Ave María purísima
sin pecado concebida…
el hervor sobre la hornilla
sirve de fondo en off
mientras las rugosas manos
acarician las cuentas de madera
que atadas cual ensarta
acarician su regazo
mientras le ven en silencio
Dios te salve María
llena eres de gracia…
son sus mejillas hoy cauces
por donde las lágrimas
van cayendo en el saco del silencio
sus otrora achispadas pupilas
luchan por despejar el camino
de tantos nubarrones
que a través de su gruesos anteojos
adivina en la distancia
Padre nuestro, que estás en el cielo…
el sol ha escapado por el alero
atravesando el potrero
y ya ratos que se agazapó
tras las petacas del cerro;
solo las brazas ardiendo
se atreven a lanzar
mustios rayos que hieren
la olorosa oscuridad
que abrazo su escuálida figura
a la cual también sostiene
un muy planchado delantal
¡Oj Jesús mío!
perdona nuestros pecados…
sobre el pulcro delantal
la noche no logra diferenciar
donde termina la mano
donde empieza la ansiedad;
solo mueve los labios
como en cadencioso besar
y sus dedos tallando cuentas
ardua tarea sin descansar
la penumbra se asoma
a contemplarla
y se acomoda a su par
¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo!…
incapaz de medir tiempos
recuerda cuando se fuera el padre
montado en aquel alazán
iba con rumbo al pueblo
alegrías a festejar…
dolor le trajeron envuelto
en un mal clavado cajón
y por amor a él y a su hijo
en silencio le enterró…
¡pero pareciera no ha muerto!
cuando por la vereda
ve cada mañana montar
ese fruto que le dejara
¿Es su esposo, o es su hijo?
nunca vio nada tan igual
de su brazo entra a catedral,
va al mercado, y hasta a la plaza
la lleva por las tardes
el fresco a tomar
Bajo tu protección nos acogemos
santa madre de Dios…
Se apagaron los tizones
los ahogó la oscuridad
pero sobrevive el siseo
de sus labios al rezar;
las estrellas van pasando
y al sumergirse en la corriente
que desde sus ojos se desprende
chapotean y se van volando
prometiendo regresar
para traerle noticias
y decirle donde está
Dios Todopoderoso
ten piedad de nosotros...
La luz va ganando la refriega
a la penumbra que se repliega
y cuando el sol se planta
con toda su gloria
frente a la pulcra ventana
se cuela por sus cristales
y los humedecidos anteojos
que con dificultad retienen
la mirada extendida hacia la eternidad