Había un pueblito llamado Letorú. En el vivía un viejito muy sabio con su nieto llamado Leto.El viejito hizo de Leto a todo un hombre, pero, no tan sabio como él. Leto siempre fue listo, astuto y audaz, pero nunca fue sabio. En Letorú habían dos o tres hombres sabios. Que hacían mucho por el pueblito. Pero, Leto comenzó a entrecortar palabras dichas a esos viejitos como por ejemplo, le decía -“pa’cá abu”-, que quería decirle “para acá abuelo”. Y el viejo se extrañó tanto porque de niño nunca habló así. Y se dijo el sabio: -”eso es mal hablar Leto”-. Y Leto le confesó que: -“desde niños hablamos así abu, es que yo no quise que lo supiera, ese es el nuevo movimiento aquí de moda”-. Y el viejo se dijo para sí: -“La palabra corta”-. Y Leto creció y se convirtió en un inmenso y gran empresario, bien educado, pero, en algunas escapaditas con sus amigos, continuaba recordando la felicidad que les dió la vida de niños. Y sí, lo que se imaginan continúo diciendo “la palabra corta”, pa’yá, pá’cá, y entre tanto como empresario inventó una campaña de empresarismo llamada “Pá’yá no es, que es pá’cá”. Y fue muy exitoso, inclusive obtuvo una mayor ganancia y fue el cariño del público y por ser parte de nuevos clientes para su empresa. Atrajo la mirada, la confianza, y la iniciativa de emprender en los negocios la palabra corta, aquella que es tan utilizada por la juventud y que vá más allá de la educación porque se entiende lo que desean hablar y expresar cortamente. Entonces, Leto comenzó a usar “la palabra corta”, como nuevo vocabulario de su empresa para referirse a aquello que más le gustaba decir “la palabra corta”. El viejo había muerto por achaques de vejez. Pero, cuando murió le dijo: -“Leto, te espero “pa’cá” algún día para nuevamente ser parte de tu vida“-. Y Leto le respondió: -“Pá’yá vamos tó, abu”-. Entonces, Leto siempre recordó que no era sabio sino listo y audaz en la perseverancia, en la paciencia, en el momento estar dispuesto para todo. Y su empresa creció por un público que creyó en Leto, confío y que nunca debía de defraudar. Tuvo inconvenientes como todo negocio, pero la sabiduría de su “abu”, siempre lo acompañaría. Las escapaditas con sus amigos le daba un aire de libertad de tanta palabra larga y sin sentido para él. Como por ejemplo, cuando asistió a un cliente doctor, el doctor le dijo que se especializaba y que era “otorrinolaringólogo”, y él le dice -“vaya oto pá’yá no es, que es pá cá”-. Y así lo asiste. Y le llegó una sorpresa a Leto, y fue un barco hecho a mano por obra de un niño ciego, y recordó cuando era niño cuando jugaba a los pies del viejo sabio con su barco de papel. Entonces, se imaginó que todas las palabras cortas tiene quizás otro sentido u otro significado. Pero, para entonces le dijo al niño ciego, -“hay cosas que no se ven, pero, se sienten de corazón”-. Entonces, Leto comprendió que nunca había importado hacer crecer una empresa, sino que lo más importante fue hacer ese viaje en barco de papel hacia la inmensidad del cielo y del mar abierto y por supuesto con esa escapadita con sus amigos de siempre. Siempre y cuando que el viaje sea largo y para cuando sea el eterno como le dijo el sabio, -“Leto, te espero pácá algún día”-. Y Leto cuando muere, lo último que dice fue: -“Pá yá voy viejo sabio, sólo quiero decirte que nunca fui un sabio como tú, sino un listo, un astuto y un audaz en los negocios, pero nunca fui sabio sino un listo que con la palabra corta llegué a mucho, pero, pa qué, nunca aprendí que las riquezas quedan aquí y que lo que uno se lleva al cielo es la sabiduría que a otro le enseñó, nunca le enseñé a nadie que “Pá’yá no es, que es pá’cá”-.
FIN