Me ofreces tus ojos
la graciosa impunidad
de tu sonrisa;
vienes a desabrocharme
los labios y los dedos.
Inmaculada y pulcra,
tu piel me muestra
espacios abiertos,
lugares donde
poner a descansar
los besos.
Deshojo tu sexo
como una margarita,
y tus senos bailan
una danza sísmica,
que sube de los muslos
hasta tocar el techo;
sujetas mi boca
a tu capricho,
y yo me dejo capturar
sin decir nada.