Alberto Escobar

Crepúsculo

 

 

Llegaste justo cuando el azafrán del crepúsculo
hería los cristales de mi habitación.
El telón de esta función, ese día, bajaba a tus
pies hasta desearte las buenas noches.

En ese momento, justo en ese instante, las hojas
del árbol que a diario me saluda por la ventana
se cerraban, para abrigarse del rigor nocturno.
Dentro, a salvo de lo invisible, enciendo el hogar
para caldear de preguntas la ignorancia del mar
que nos separa, mar que ansía ser rambla.

Para acicalar el encuentro improviso una sobria
cena, regada de un vino, rosado, que nace de las 
vendimias del quizá, que poco a poco se hace
carne.

De repente, ya mediada la velada, prorrumpes en
una sarta de secretos no llamados, que acuden al 
cráter del volcán que amenaza erupción por el 
solo hecho de la calidez del licor, lava...

Me agradeciste la cena y la conversación, no así 
el caer en la sinceridad del alcohol.
Sobraron palabras y vivencias, que descendieron 
del tren de la primera vez tres paradas más allá
del destino.

Espero que mi cena se te repita hasta la saciedad.
Mis ascuas esperan expectantes tu voz.