Mi respiración comienza a hacerse tensa,
entre músculos fríos y huesos cortados
casi desnuda a una pulgada de romper en llanto;
uno seco, inaudible, inexistente.
El recuerdo de tu vida viene a mi mente
más no siento nada, ni una gota de melancolía,
ni siquiera exhalo muerto el rencor
que ya hace meses se había acumulado
a un lado de mi cama despertándome por las noches
con la pregunta de siempre: “¿Por qué ha pasado?”.
Qué fría la sensación de no tenerte, ni si quiera lejano
y como una mentira necesaria, imprudente
atrinchero unos “te quiero” en mi garganta
liberándolos de vez en cuando.
Muertos los encuentro a veces, y así,
siendo un veneno caduco, insípido,
que martilla sin fuerza mi corazón de vidrio,
se agrieta con las horas y lo destruyes en arritmias sin sentido,
presiones dispersas, me pones la sangre naranja
porque sabes que odio el naranja.
Entonces, dos lunares brillan como estrellas
surcando mi piel como en té canela,
más ya no sé si de verdad existen,
o es sólo idea de mi mente,
que como siempre, no parece estár al tanto…
encerrados en un cuerpo casi desnudo
que está, a una pulgada, de romper en llanto.