La primera letra deja su huella sobre la desolación del papel blanco, vacío, y lo hace real, con perspectiva.
Y el espíritu, inquieto, parece encontrar un resquicio de sosiego al percibir siquiera un mínimo punto de apoyo para contrarrestar el vértigo ante la nada... o el todo.
El vértigo ante la nada... o el todo; la contemplación o la acción. La decisión entre la aprehensible brizna de autocomplacencia aportada por el asidero... el terror insuperable y atávico al precipicio inacabable del vacío, o la posibilidad sin límites del todo... o de la nada.
La lluvia había cesado y, a través de las gotas que, zigzagueantes, todavía resbalaban por los cristales, el valle se iba coloreando por efecto del sol que surgía entre las nubes empujadas por el viento, sacando brillos en el manto de hierba verde salpicado de húmedos rojos, blancos y amarillos, en un barrido como de foco de teatro.
Sólo tuvo que empujar ligeramente la contraventana para que la ilusión se desvaneciese dejándole a solas con la oscuridad. Sin embargo, pasados unos momentos, observó que un pequeño rayo de luz seguía filtrándose por el hueco que la madera no conseguía cerrar totalmente.