Por las calles oscuras que van hacia tu casa
Caminé despacio, como quien extraña de antemano.
Frente a las puertas de los dioses omnipresentes y voraces
Sonreí como pago y la lluvia fue mi vuelto.
Por las calles transitadas de gentes silenciosas,
Que siembran cuchillos hasta en las lenguas de sus hijas
Me detuve ante umbrales que se erguían como montañas
Y acaricié tu rostro de pequeño iracundo en las fachadas de piedra.
Por las calles venenosas donde siempre cobran peaje
Fue esta vez el chaparrón quien contó con sus gotas mis pisadas
Rápidas; arranqué una flor hermosa, simplemente para no dártela
(De todos modos, en mano o en tierra, morimos algún día).
Por las calles sofocadas de este invierno de desidias
Me apresuré a buscarte en los ojos de los niños,
Aquel tu color semidormido, Aquella tu Blanca mirada
De una madre tus caídos párpados abiertos como llagas a la angustia.
Por las calles pesadillezcas que es la infancia
Al mirar por sobre el hombre del hambre de hoy
Susurré una plegaria, yo que no creo, acelerando el paso sin más dilación.
Volverías, gato asustadizo, a la casilla de mensajes de mis esperanzas.
Por las calles errabundas que son mi vida, llegué a tu pórtico frustrado,
Te contemplé enarbolando el pan que jamás podrías morder
Y besé el sudor despojado y cansino de tu alzada frente.
La nada, mi amor, es sólo el todo con miopía.