Emanuel Acuña

GATOS

I

Cuando las noches llegan violentas

se escucha el maullar de un felino,

de la criatura que ostenta

el título: cazador de los caminos.

 

En su maullido distante ya se nota

la tristeza, la nostalgia y el vacío,

pues con su elegante pose pernocta

en las calles, pensando \"todo esto es mío\".

 

Y así, camina sin pena, recorriendo

los caminos traicioneros y oscuros,

buscando en los callejones, sonriendo,

sobreviviendo y trepando muros.

 

- ¿Sonriendo? -Sí, señor. Alegremente.

- Pero los felinos no sonríen nunca...

- Tampoco los humanos, naturalmente.

- Quizá, sólo fuera de su triste espelunca.

 

- Mas los felinos casi siempre sonríen,

cuando entreabren su hocico y maúllan,

pues su nostalgia loca impide que ansíen

la inmortalidad en que se arrullan.

 

- ¿Inmortales? - Sí, señor. Son eternos.

- ¿Cómo han de ser inmortales las criaturas?

- Pues señor, ¿no ha visto acaso que son tiernos,

holgazanes y que no temen nunca las alturas?

 

- Disparates. - Pueden ser, señor mío.

- Son felinos, animales sin camino.

- Se equivoca, los felinos con el frío

viajan siempre a su destino, cual ferviente peregrino...

 

Y... pensándolo bien... siempre son ellos

los que crean un misticismo extraño,

pues cuando no logramos ver el sello

de Dios, los matamos y nos hizo daño.

 

II

- ¿Habla usted de la peste? - Sí, la hablo.

- Fue la higiene, buen amigo, no los gatos.

- Eso es cierto, pero en los establos

ya no mataban las ratas y pasamos malos ratos.

 

Fue negligencia, mi amigo, de nosotros al pensar

que por ser una orden indomable eran todos malos,

y que por ser negligentes nos podían perjudicar,

sin ver, señor mío, que de Dios fueron regalos.

 

Mire, piénselo usted, ¿qué sería de nosotros

sin los felinos, sin esos seres divinos?

No apreciaríamos nunca, amigo, a los otros,

ni el cariño de tan fieles asesinos...

 

Lamentaríamos, infames, la soledad malandante

que nos echamos al lomo para caminar llorando.

Suplicaríamos sin calma, que la pena acongojante

nos dejara, y sólo nos estaríamos lamentando.

 

Pero con los buenos gatos, con esos seres gráciles,

no pasamos malos ratos, antes bien nos divertimos...

- Idolatramos su gestos, por creer que son gentiles...

- Les creamos un gran ego, sin saber que no debimos...

 

- ¿Acaso está usted loco? - Sólo un poco.

- Habla de animales fastidiosos y muy huraños.

- Sí, señor, pero piense, podría llevarnos el coco,

podríamos morirnos y, aún, ellos vivirían por años.