Esa tarde, en medio de la gente
que al pasar nos miraba asombrada,
con mis músculos destrocé el puente
que a tu afecto me tenía atada.
Y chocamos las pupilas dolientes
y chocamos la carne lastimada
en aquel abrazo indiferente,
de indiferencia disimulada.
Mi adiós de irises llorosos,
los tuyos con la súplica dolida
y te pido: ¡cierra, cierra tus ojos!
Y te dejé dejándote mi vida,
cargué en tu espalda mis destrozos
y saldó así nuestra despedida.
J.M.