Observé paulatinamente cuando bajo las pintadas
orquídeas aseaba vos vuestro corpóreo verso. Allí
vuestra voz comisionóme a danzar ante el bello ocaso
y sobre las azaleas de vuestro pecho, hallar la vida.
¡Ay! Venga conmigo hoy y bajo la dulce encina de vuestra
belleza, los pétalos de vuestros rubíes labios unjan los míos.
Y, en su fina firmeza, tome vos mis sentidos entretanto sopla
divino el favonio e inquietos mis miedos, rejuvenezca mi ser
con su floral beso.
¡Ay! Que con vos y su impertérrito ósculo, sobre el opulento
occidente de mi alma, consumamos el poema apasionado.
¡Oh alba! Espléndido ser, cuando nos veas en la pasión del
amor fructífero, extiende vuestros brazos al firmamento que
envidioso nos vislumbra.
¡Ay! En el jardín de vuestra existencia, que así arda nuestra llama,
cuando nuestros dos cuerpos toquen la sinfonía de un mañana
promisor. ¡Qué arda! ¡Que vuestro ardiente sol sacie la penuria
de vuestra presencia! Y yo, el girasol que persigue la majestad
de vuestra beldad.