Ella, un rabo de lagartija,
que se miraba en cada espejo
y era un aroma todo el día;
jugaba con la melena a despistar el frio,
a su lado siempre amanecía.
El, se confundía con personajes de videojuegos,
se esmeraba en cada detalle
y era persistente en sus metas;
con varias cicatrices por jugadas fallidas,
no renunciaba a hacer canasta a la vida.
Juntos, eran como el aceite y la sal
y hacían que cada instante en común
mereciera ser retenido en la memoria.
Ella le quería sin darse cuenta,
él proyectaba ganas en sus miedos de volar.
A los demás, nos sorprende tanto amor bien aliñado
y cocinamos cada día con harina comprometida.