Envuelvo furiosos cactus,
Me hojea con desgano y se revuelve en su altar, bélica y griega, sabe usar el yugo sin temblar.
Niño mezcla, surtido de la tierra, se tapa las orejas de hielo y juega con el silencio.
Más tarde no será ahora, y el mañana engaña, y las bestias vuelven de súbito, desenfunda su paso, se echa en el suelo y mira las flores bordadas en el sófa. Un cielo propio que lo alberga, un mar que lo separa por dentro. ¡Ay muchacho! ¡Haz crecido tan alto cómo los hombres!f