Quizás las cenizas no trajeron la noche
el cuervo fue blanco y no negro,
la luz cósmica habitó en su cuerpo,
el calor del sol fue opaco,
diáfana luz cruzo los muertos ojos,
el corazón murió a su paso.
Quizás la Luna murió en el abrazo,
el lobo arcaico aulló la muerte
de los amores vendidos y falsos
que brotaron por milenios funestos.
Tal vez su mirada fue un rayo
que nunca ceso en el firmamento,
sus huellas dejaron marca eterna
y sus curvas aún causan revueltas.
Muerte del alma.
Quizás todo era vida y ella lo dejó,
ella voló en el cenit rosáceo del alba,
fundiendo su cuerpo en el empíreo
donde los Dioses se hincaron ante ella
y sus ojos de colores indescriptibles
y sus sentimientos que nadie comprende
y su amor que a todo ser cautiva y quiere.