La ciudad, es mi jaula
con desoladas noches
y lluvias ácidas, en ella,
pasean miles de almas
rodeando mi humanidad,
cae la niebla
tan segadora y fría
ajusticiando mis pensamientos,
es solo un laberinto cruel
ocultando con su dolor
el rastro de tu cuerpo.
Espejos de odio reflejan
una desquiciada tristeza
sin llanto que observar,
ángeles de acero
y hombres de hielo
son los sentimientos
sobre los recuerdos suicidas,
un corazón de carbón
extinguiendo su flama azul
en aliento entrecortado
al pronunciar tu nombre,
mi inocencia
se torna promiscua
ante la mirada
de niñas confundidas
en cada esquina,
traicionadas, abandonadas
por todos sus dioses,
los espectros, creamos
nuestro propio olimpo
mientras sin caminar
las calles se deslizan
bajo nuestros pies.
Sin retorno a casa,
tu brújula se marchita
entre mis manos,
la brisa húmeda,
semeja el roce de las tuyas
por mi rostro áspero,
amor y caricias no olvidadas,
pasión, dolor, soledad y silencio,
recuerdos que guardo
en el alma, encogen mi pecho;
ciudad de oro
con huéspedes de barro y sal,
prisión de las almas,
ataúd de mis sentimientos,
hogar de mi inaprensible amor,
sin catedrales, sin templos
donde pueda yo acudir
a mitigar mi desesperación.