...me convertí en un loco con largos intervalos de horrible cordura. Poe.
Yo, la pereza,
atada a medias de lana,
con el ojo en desvelo aguardo
que las neuronas me permitan
abrir la ventana,
pero poner un pie me da vértigos,
de sudores habitada,
tiemblo en un mar de helechos.
La Manche me ha agotado
con su ulular persistente.
En esta plaza olisqueo
seres que recrean con aspavientos
la que no soy.
Me desconsuela el espanto
que trasciende de sus rostros,
pero a-penas hago esfuerzos
al peinarme.
Como si cargase
mil hombres y mujeres desprotegidos,
froto las manos y me adentro
en el insolente
desatino que nos une.
Soy la vaga que cava
una gruta hasta el panadero
que cada amanecer
escupe en la harina.
Le observo, a las cinco del alba
se toca la entrepierna
y del delantal asciende la niebla.
La racleta de mantequilla
afina como un arpa
sobre el patio de lo que fue mi casa.
Casa que levanté bajo nevada:
mesa rústica, techo agujereado
y mis padres extendidos
sobre una colcha de ovejas.
Yo, la parásita,
me alimento de letras,
en correos de un amarillo triste
como todo lo que llega
de esa isla de veranos.
Yo, la pereza,
desgarro papelillos de biblia,
rasgo poemarios
para fumar un cigarro
con ángeles y demonios,
sin poder ayudar a unos y a otros
en este oficio, este experimentar
pobreza tras pobreza,
enfermedad tras enfermedad
fe, agnosticismo y fe
porque algo hay que cultivar en el acuario
para algo me fue dada esta mano abismada,
este cuerpo que remienda oficio e hilvana
cierta luz en el esqueleto
que apenas sostiene
mi sombra en la ventana,
frente a otro dedal,
otra aguja que se instala
en otra gota de sangre.
Del libro El centeno que corta el aire, Betania, Madrid, 2013
Ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal.
W.Whitman