Perfundes lentamente en vena
toda la esperanza antaño ajena.
Eres, cielo, la hiedra que tapiza
mis azoteas, que verdea ayeres.
Te colaste de tapadillo sin grito
que te anunciase en mi puerta.
Yo..., que atravieso el viacrucis
del olvido, que destilo vísperas
que pinta arreboles de soledad,
me pienso renovado por inédito
diluvio que evita empalabrar lo
que vivo en este instante.
Palpita en mi piel el traqueteo
de la diligencia que te trae hasta
mí.
Te creo hiriendo Sierra Morena
a salvo del bandolero que espera
expectante de tus alhajas.
Suspiro el instante de presentarte
mis respetos, de postrarme a tus
pies y de cifrar en un beso el éter
de la calidez de tus manos.
¡Ya te atisbo por la ventana, amor!
¡Por fin podré degustar el manjar
que en ti guardan los hados!
¡Bendito sea quien me manda a su
feliz mensajero de esta guisa!