Lentamente,
en la tarde aclamada,
se le descubre el rostro
a la noticia.
Tu y yo,
nos reconocemos
confortablemente,
libremente,
saltando al borde
de un extenso abrazo.
Estamos más arriba
del asfalto,
donde no nos muerde el sol,
y nos devora
un hambre vieja,
una necesidad
que nos enciende
las manos.
Buscamos
a tientas,
la horizontalidad
cómoda de las caricias,
y nos sumergimos
desempolvados,
dentro de un tiempo
que nos pertenece.